sábado, 22 de enero de 2011
MENSAJE DEL GENERAL PERÓN A LOS ARGENTINOS DEL AÑO 2.000
Jóvenes argentinos:
La juventud argentina del año 2000 querrá volver sus ojos hacia el pasado y
exigir a la Historia una rendición de cuentas encaminada a enjuiciar el uso
que los gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito
que en sus manos fueron poniendo las generaciones precedentes y también
si sus actos y sus doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus
pueblos y para conseguir la paz entre las naciones.
Por desgracia para nosotros, ese balance no nos ha sido nada favorable.
Anticipémonos a él para que conste al menos nuestra buena fe y
confesemos lealmente que ni los rectores de los pueblos ni las masas
regidas, han sabido lograr el camino de la felicidad individual y colectiva.
En el transcurso de los siglos, hemos progresado de manera gigantesca en
el orden material y científico y si cada día se avanza en la limitación del
dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral el camino
recorrido ha sido pequeño.
El egoísmo ha regido muchas veces los actos de gobierno y no es el amor al
prójimo, ni siquiera la comprensión o la tolerancia, lo que mueve las
determinaciones humanas.
Esa acusación resulta aplicable tanto a los pueblos como a los individuos.
Cierto de que en uno y en otros se dan ejemplos de altruismo, pero como
hechos aislados de poca o ninguna influencia en la marcha de la
humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que se ha dado un gran
impulso en favor de los nobles ideales y de las causas justas, pero la
realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión. Apenas
terminada una guerra, ponemos nuestra esperanza en que ha de ser la
última, porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por las
vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años
bastan para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones
el tremendo error en que habíamos caído. Hasta el aspecto caballeresco de
las batallas se ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido cómo al
cabo de veinte siglos de civilización cristiana caen en la lucha niños,
mujeres y ancianos.
Apenas un conflicto social ha sido resuelto, vemos asomar otro de más
grandes proporciones, no siempre solucionado por las vías de la
inteligencia y de la armonía, sino por la coacción estatal o de las propias
partes contendientes más fuertes, no el de mejor derecho.
Frente a esta lamentable realidad: ¿de qué han servido las doctrinas
políticas, las teorías económicas y las lucubraciones sociales? Ni las
democracias ni las tiranías, ni los empirismos antiguos ni los conceptos
modernos han sido suficientes para aquietar las pasiones o para coordinar
los anhelos. La libertad misma queda limitada a una hermosa palabra de
muy escaso contenido, pues cada cual la entiende y la aplica en su propio
beneficio. El capitalismo se vale de ella no para elevar la condición de los
trabajadores procurando su bienestar sino para deprimirles y explotarles.
Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla con los desposeídos
sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente los falsos apóstoles del
proletariado quieren la libertad más para usarla como un arma en la lucha
de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de justas.
No ha empezado a alborar el liberalismo económico cuando para impedir
sus abusos tiene el Estado que iniciar una intervención cada día más intensa
a fin de evitar el daño entre las partes y el daño a la colectividad. Pero
tampoco su intervencionismo constituye remedio eficaz porque o es
partidista o trata de anular las libertades individuales y con ellas a la propia
persona humana.
El mundo ha fracasado. Mas este fracaso, ¿será tan absoluto que no deje un
mínimo resquicio a la esperanza? Posiblemente podamos mantener el
optimismo con la ilusión de que el avance de la humanidad hacia su
bienestar es tan lento que no lo percibimos, pero de cada evolución queda
una partícula aprovechable para el mejor desarrollo de la humanidad. El
avance es invisible y está oculto por sus propios vicios a que antes he
aludido, pero no por eso deja de existir.
Se haría más perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo
propio en beneficio de sus semejantes, si tratase de dirimir las disputas con
la razón y no con la violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado
hacerlo y en este sentido he orientado mí labor de gobernante. Válgame por
lo menos la intención y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del
porvenir.
La humanidad debe comprender que hay que formar una juventud inspirada
en otros sentimientos, que sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos
sido capaces. Esa es la verdad, es la amarga verdad que la humanidad ha
vivido y es también la verdad más grande que en estos tiempos debemos
sustentar sin egoísmos, porque éstos no han conducido más que a desastres.
En nuestra querida Argentina el panorama descripto se ha sentido sin ser
cruento, pero en el orden general los hechos prueban que ha sido el acierto
la resolución que ha precedido nuestra realidad. La independencia política
que heredamos de nuestros mayores hasta nuestros días, no había sido
efectivizada por la independencia económica que permitiera decir con
verdad que constituíamos una nación socialmente justa, económicamente
libre y políticamente soberana.
Por eso nosotros hemos luchado sin descanso para imponer la justicia
social que suprimiera la miseria en medio de la abundancia; por eso hemos
declarado y realizado la independencia económica que nos permitiera
reconquistar lo perdido y crear una Argentina para los argentinos, y por eso
nosotros vivimos velando porque la soberanía de la Patria sea inviolable e
inviolada mientras haya un argentino que pueda oponer su pecho al avance
de toda prepotencia extranjera, destinada a menguar el derecho que cada
argentino tiene de decidir por si dentro de las fronteras de su tierra.
Contra un mundo que ha fracasado, dejamos una doctrina justa y un
programa de acción para ser cumplido por nuestra juventud: esa será su
responsabilidad ante la Historia.
Quiera Dios que ese juicio les sea favorable y que al leer este mensaje de
un humilde argentino, que amó mucho a su Patria y trato de servirla
honradamente, podáis, hermanos del 2000, lanzar vuestra mirada sobre la
Gran Argentina que soñamos, por la cual vivimos, luchamos y sufrimos.
JUAN DOMINGO PERÓN
Presidente de la Nación Argentina
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